sábado, 1 de agosto de 2009

CLARIN- 14-6-05
por Marcelo Sánchez Dansey

CULTURA : IMAGENES Y RELATOS SOBRE UN "SANTO" HONRADO DESDE EL NORDESTE HASTA LAS PUERTAS DE LA CAPITAL
Un libro sobre "San La Muerte", un culto escondido que persiste

Dos artistas se lo encontraron cuando buscaban expresiones religiosas populares. Le dicen "el más justo de los santos" y le atribuyen poder para el bien y para el mal.

Hay muchos libros sobre la muerte y ahora uno sobre San La Muerte. Lo acaban de editar los artistas Juan Batalla y Daniel Barreto, gestores de la Colección Arte Brujo. San La Muerte. Una voz extraña, se llama el compilado de imágenes, relatos y oraciones que invocan a este esqueleto de sotana y guadaña en mano, conocido popularmente como "el más justo de los santos" y excluido del santoral católico. A quien le asignan gran poder, tanto para hacer el bien como para hacer daño. A quien se le rinde culto en secreto.

Batalla y Barreto se lo encontraron en Corrientes. Llevaban años investigando las expresiones religiosas populares y estaban tras los pasos del Gauchito Gil cuando se toparon con su compadre: el Señor de la Buena Muerte. "Vimos una carga visual y literaria muy fuerte. Y muy poco visitada", le dice Batalla a Clarín, sin perder la mirada del arte.

Fue así que convocaron a los sociólogos María Julia Carozzi y Daniel Míguez para aventurarse en los dominios de "su santidad esquelética", cuyo mito se remonta a las primeras décadas del 1700 y se circunscribe a las tierras guaraníes con influencia jesuita. Los especialistas recuerdan que los aborígenes adoraban los huesos de los grandes chamanes y también los de los niños muertos que les servían para comunicarse con el más allá. Hubo un paso de allí al sincretismo con el culto católico que expandió el culto a todo el nordeste, el sur del Paraguay y —¡guay porteños!— de la mano de la inmigración rural, a las puertas de Buenos Aires.

Esta mixtura social es lo que florece en un artículo de Rodolfo Walsh que data de 1966 y fue incluido en el libro. Una perlita. Como la poesía del sacerdote Hugo Mujica, que intenta cifrar este entuerto teológico. O el comentario de Horacio González, profesor de Cultura Argentina y subdirector de la Biblioteca Nacional, que indaga en el costado erótico de la creencia.

Asimismo, el volumen cobra fuerza con las revelaciones de Aurelio Schinini, paraguayo autodidacta, los textos de Gustavo Insaurralde, crítico de arte chaqueño, y las fotos de su coprovinciano, Iván Almirón.

Batalla cuenta que el objetivo era "rescatar la experiencia de la gente del lugar porque tienen una visión mas fresca del fenómeno". Y no se equivoca, el aporte de los locales esta impregnado de magia.

Insaurralde, por ejemplo confiesa que sitio "algo raro" frente a las estatuillas del santo —algunas de la colección privada del artista Nicolás García Uriburu— y no quiso tocarlas. ¿Miedo? "Respeto", aclara. Y se nota en el texto del crítico que encuadra la estética en un formato minimalista y naif, con resabios del barroco español y coqueteos con la iconografía del rock pesado. Y que analiza las creencias que rodean cada obra. Como cuando describe "el marcado empeño de los practicantes de alimentar al santo a través de persistentes incisiones que se infligen a sí mismos, con el natural derramamiento de sangre y las consecuentes cicatrices, testimonios de la ofrenda".

Schinini va mas lejos y, sin tapujos, relata su encuentro con "una mujer de la vida que al caminar por la calle iba protegida por un San La Muerte que llevaba puesto en la vagina, una talla confeccionada con madera del ataúd de su abuela".

Cuenta Schinini que, según le contaron, las tallas mas poderosas se logran con huesos humanos; que la última falange del meñique le da más fuerza al payé (amuleto) y que algunos lo llevan incrustado bajo la carne. Y cuenta otras historias: los castigos y los cuidados, que al santo le gusta ir de visita a las iglesias escondido en un puño cerrado y que a veces pide sangre.

Las confesiones dan paso a las fotos de Almirón: un recorrido por la cárcel de Corrientes, donde el fotógrafo se mueve como en su casa y maneja a los presos como corderos, en su afán de mostrar al santo tatuado. Claro que Almirón tiene parientes devotos, y aunque se diga ateo, reconoce que existe "una cuestión iniciática, como los masones".

Insaurralde confirma: "No todo el mundo está dispuesto a escucharte ni a contarte cosas. En el interior del Chaco la gente mira el libro de reojo". Sin embargo el libro ya está en las librerías y hasta ganó el Premio a la Bibliodiversidad que otorga el Gobierno de Buenos Aires. "Creo —dice Almirón— que así como el arte africano impactó a Picasso o como el arte primitivo de Oceanía tiene su sala en el Metropolitan de Nueva York, los argentinos, podemos decir: ¡Caramba! parece que nosotros también tenemos lo nuestro". El libro da fe.

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